7.
Mario, Miguel y Droguerto caminan por la avenida Aviación desafiando el viento helado que corre por la calle y el asfalto, humedecido hasta las lágrimas por aquella lluvia fría, transparente, casi glaciar. Habían llegado al departamento de Miguel aquella noche, cerca a las ocho, compraron cerveza y se encerraron en su cuarto a escuchar música. En determinado momento de la noche, alguien sacó un poco de marihuana y se pusieron a fumar. En seguida la conversación se fue volviendo monótona, convencional. Se perdieron en monólogos individuales medio entrecruzados y lapsos a escala tipo “telefono malogrado”, tan popular cuando eran niños, ahora tristemente practicado de forma inconsciente. Luego salieron a comprar más cerveza o se dirigieron a uno de ésos karaokes tan extraños, solo para quedarse afuera sin hacer nada, sin animarse si quiera a entrar, sosteniendo sus latas de cerveza fuertemente desanimados por la noche, o muy drogados, y luego siguieron caminando, desafiando la lluvia y el estrés, y un estilo de vida complicado. A Mario le iba bien caminar con su sobretodo marrón aquella noche, por más que estuviese pasadísimo de moda y los colores no combinaran, por más que contrastara con la oscura ciudad a esas horas, y los postes de luz a lo alto.
- Dicen que hay un túnel debajo de la avenida Aviación. Dicen que es enorme. No sé cuántos metros tenga. Pero es enorme, ¿sabes? Y lo peor de todo es que nadie sabe para qué funciona o cuándo lo han construido. Nada más está ahí, desde siempre...
Estacionan sus aletargadas cabezas bajo la sombra de los edificios que algunas veces son hostales y otras lugares de comida al paso. Luego vuelven a perderse por una calle desolada, escondida en una de las esquinas de la avenida Aviación. El 28 de julio está cerca, y es por eso que de las casas penden banderas peruanas enrolladas en sí mismas, alicaídas por la lluvia.
- Entonces, la huevona me dijo -Mario aguantaba el humo de la marihuana en sus pulmones, era incómodo conversar así. Pero con la droga todo se hacía más interesante.
- Qué te dijo, huevón.
Mario tosió y formó una nube de humo.
- Dijo que me quería “sólo para ella”, ¿entiendes?
- ¿Qué?
- Ya sabes, estaba excitada.
- Entiendo -dijo Droguerto.
- No sé. Fue raro, huevón, de verdad fue muy raro.
- Estaba excitada pues -dijo Droguerto, cogiendo el wiro.
- Sí, pero...
- ¿Su enamorado?
Miguel y Droguerto formaron sendas sonrisas.
- Sí huevón -dijo uno de ellos, asintiendo- te van a aplastar, como a un maldito insecto.
Empezaron a caminar.
Mario le dio un sorbo más a su cerveza.
- No sé, fácil con él... nada. ¿Entiendes?
- Mario. No seas loco.
- Sí, Mario, no seas tan loco.
Entraron a un local de ésos de comida al paso. Habían un montón de mesas y gente, todos estaban comiendo. Miguel y Droguerto pidieron caldo de gallina.
- Con harta cebollita china.
Mario ordenó un filete de pollo con papas fritas.
Trajeron los platos. Habían tomado cerveza y fumado mucha marihuana ya, y ahora tragaban como cerdos. Entre los tres pidieron una fuente grande de chicharrones. Alrededor de ellos el mozo distribuyó un montón de cremas: ketchup, mostaza, mayonesa, etc. También cebollita china. Miguel y Droguerto la echaron sobre su caldo de gallina hasta que se acabó, y entonces pidieron más.
Continuaron hablando de Carolina. Era el tema de la semana, o del mes, o quien sabe, era el tema del año entero. “Cómo Mario podía ser tan hijo de puta”. Era un tema que el propio Mario había escogido. Era caprichoso. Era prácticamente una telenovela melosa hasta las lágrimas, imposible de ver.
Cuando trajeron la fuente de chicharrones, Miguel y Droguerto ya habían empezado a tomar su caldo de gallina y se reían: estaba lleno de cebollita china. Mario estallaba de risa. Luego empalidecía. Es demasiada comida, pensó. No lo pudo soportar. Se levantó de la mesa y se fue.
- Voy afuera a morir -dijo.
- ¿Puedo quedarme con tus papas fritas?
- OK.
Mario, Miguel y Droguerto caminan por la avenida Aviación desafiando el viento helado que corre por la calle y el asfalto, humedecido hasta las lágrimas por aquella lluvia fría, transparente, casi glaciar. Habían llegado al departamento de Miguel aquella noche, cerca a las ocho, compraron cerveza y se encerraron en su cuarto a escuchar música. En determinado momento de la noche, alguien sacó un poco de marihuana y se pusieron a fumar. En seguida la conversación se fue volviendo monótona, convencional. Se perdieron en monólogos individuales medio entrecruzados y lapsos a escala tipo “telefono malogrado”, tan popular cuando eran niños, ahora tristemente practicado de forma inconsciente. Luego salieron a comprar más cerveza o se dirigieron a uno de ésos karaokes tan extraños, solo para quedarse afuera sin hacer nada, sin animarse si quiera a entrar, sosteniendo sus latas de cerveza fuertemente desanimados por la noche, o muy drogados, y luego siguieron caminando, desafiando la lluvia y el estrés, y un estilo de vida complicado. A Mario le iba bien caminar con su sobretodo marrón aquella noche, por más que estuviese pasadísimo de moda y los colores no combinaran, por más que contrastara con la oscura ciudad a esas horas, y los postes de luz a lo alto.
- Dicen que hay un túnel debajo de la avenida Aviación. Dicen que es enorme. No sé cuántos metros tenga. Pero es enorme, ¿sabes? Y lo peor de todo es que nadie sabe para qué funciona o cuándo lo han construido. Nada más está ahí, desde siempre...
Estacionan sus aletargadas cabezas bajo la sombra de los edificios que algunas veces son hostales y otras lugares de comida al paso. Luego vuelven a perderse por una calle desolada, escondida en una de las esquinas de la avenida Aviación. El 28 de julio está cerca, y es por eso que de las casas penden banderas peruanas enrolladas en sí mismas, alicaídas por la lluvia.
- Entonces, la huevona me dijo -Mario aguantaba el humo de la marihuana en sus pulmones, era incómodo conversar así. Pero con la droga todo se hacía más interesante.
- Qué te dijo, huevón.
Mario tosió y formó una nube de humo.
- Dijo que me quería “sólo para ella”, ¿entiendes?
- ¿Qué?
- Ya sabes, estaba excitada.
- Entiendo -dijo Droguerto.
- No sé. Fue raro, huevón, de verdad fue muy raro.
- Estaba excitada pues -dijo Droguerto, cogiendo el wiro.
- Sí, pero...
- ¿Su enamorado?
Miguel y Droguerto formaron sendas sonrisas.
- Sí huevón -dijo uno de ellos, asintiendo- te van a aplastar, como a un maldito insecto.
Empezaron a caminar.
Mario le dio un sorbo más a su cerveza.
- No sé, fácil con él... nada. ¿Entiendes?
- Mario. No seas loco.
- Sí, Mario, no seas tan loco.
Entraron a un local de ésos de comida al paso. Habían un montón de mesas y gente, todos estaban comiendo. Miguel y Droguerto pidieron caldo de gallina.
- Con harta cebollita china.
Mario ordenó un filete de pollo con papas fritas.
Trajeron los platos. Habían tomado cerveza y fumado mucha marihuana ya, y ahora tragaban como cerdos. Entre los tres pidieron una fuente grande de chicharrones. Alrededor de ellos el mozo distribuyó un montón de cremas: ketchup, mostaza, mayonesa, etc. También cebollita china. Miguel y Droguerto la echaron sobre su caldo de gallina hasta que se acabó, y entonces pidieron más.
Continuaron hablando de Carolina. Era el tema de la semana, o del mes, o quien sabe, era el tema del año entero. “Cómo Mario podía ser tan hijo de puta”. Era un tema que el propio Mario había escogido. Era caprichoso. Era prácticamente una telenovela melosa hasta las lágrimas, imposible de ver.
Cuando trajeron la fuente de chicharrones, Miguel y Droguerto ya habían empezado a tomar su caldo de gallina y se reían: estaba lleno de cebollita china. Mario estallaba de risa. Luego empalidecía. Es demasiada comida, pensó. No lo pudo soportar. Se levantó de la mesa y se fue.
- Voy afuera a morir -dijo.
- ¿Puedo quedarme con tus papas fritas?
- OK.
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